Los procesos de reclutamiento de personas que ocuparán posiciones de liderazgo en las empresas privilegian cada vez más las habilidades que reflejen la madurez emocional de los candidatos y su calidad humana.
He realizado entrevistas laborales desde 1996 cuando me incorpore al área de Recursos Humanos de manera formal. En aquella época, los factores más destacados de los currículums vitae (hoja de vida) eran dos: los títulos académicos y la experiencia profesional. Se daba por hecho que, al colocar sus años de servicio en el CV, el candidato ya tenía desarrollada esas habilidades profesionales, para considerar a una persona se tenían en cuenta sólo estos dos elementos de competencia (conocimiento y experiencia).
En aquel entonces, las promociones estaban enfocadas en la experiencia técnica o en la antigüedad, lo que permitía que un buen colaborador con un nivel de especialización técnico y buen desempeño ascendiera a un puesto de mayor jerarquía para comandar un equipo. Qué sucedía con competencias cómo el liderazgo, la inteligencia emocional o la empatía; ya lo irá aprendiendo con la experiencia, se decía. De hecho, no había inducción al puesto ni nada parecido, se pensaba que el colaborador talentoso daría los resultados que se esperaba sólo al observar a otros líderes desempeñarse.
Recursos Humanos ha evolucionado en temas de desarrollo de talento y hoy hay competencias fundamentales que debe cubrir un profesional para considerarse opción a promoción. Estas habilidades tienen que ver con el upskilling, que son las competencias que están asociadas al proceso de aprendizaje para potenciar el talento y que seamos más competitivos en nuestra área de trabajo, y al reskilling, que es el proceso de aprender nuevas competencias para poder desempeñar un nuevo cargo, o de formar al talento para hacer un trabajo más desafiante.
Una de las habilidades nuevas que forma parte de la lista de necesidades primarias para los líderes que quieren equipos de alto desempeño, y además lograr una vida más equilibrada, es la agilidad emocional. De acuerdo con Susan Davis, “se considera una competencia o entrenamiento para vivir mejor, es nuestra capacidad de conectar con nuestro mundo interior, pensamientos, sentimientos y recuerdos de forma saludable”.
Se trata entonces, de cómo podemos usar nuestras emociones para mejorar nuestra relación con los que nos rodean, comprender cómo manejar y trabajar nuestras emociones y lograr mayor bienestar personal. Tanto las habilidades que son resultado del upskiling como del reskiling (puesto actual y puesto a promover, y que deben darnos la capacidad de alcanzar los objetivos personales y organizacionales) están basadas en gran medida en la capacidad que tiene el individuo para relacionarse consigo mismo y con otros de forma equilibrada logrando vivir con calidad.
Estoy convencida de que un candidato sujeto a promover no debería ser considerado si no tiene demostradas en las conductas observables cotidianas está capacidad de mantener una relación de gentileza y de ser compasivos con su propia persona.
Un líder debe ser capaz de cuidar de sí mismo para poder cuidar de otros y no sólo me refiero a sus colaboradores, sino también a su círculo cercano, como su familia, su comunidad o la sociedad.
En este estado de madurez emocional, la persona es capaz de “florecer”, es decir, está en un estado de éxtasis en aquello que desempeña sin importar qué actividades realiza, es esa conexión consigo mismo que le permite perderse en aquello que ama y que le proporciona satisfacción y que trae como resultado un desempeño sobresaliente más allá de sólo cumplir con lo que le toca.
Ese tipo de persona seguramente irradiará y contagiara de ese pensamiento positivo a los que lo rodean. Por ejemplo, hay muchos líderes que logran el compromiso de sus colaboradores al trasmitir ese ADN positivo; influyen de forma equilibrada de tal suerte que los miembros se sienten influenciados y seducidos, por lo que su compromiso es genuino, así que no hay que retenerlos, ya que ellos solos están fidelizados.
¿Qué tienen en común los líderes con esta habilidad?
Los líderes que han desarrollado la agilidad emocional identifican bien sus sentimientos, son capaces de comprender qué sienten, con qué intensidad y cómo lograr regresar a su estado de equilibrio nuevamente. Perdonan aquello que ya está en el pasado sin perder la vida pensando en lo que no pudo controlar, le dan vuelta a la hoja y cierran ese capítulo con compasión consigo mismos.
Una persona con este perfil se sabe perfectible y no se obsesiona con la perfección enfermiza en la que se puede pasar la vida castigándose por aquello que no ha logrado superar. Sabe que los errores son parte de la vida de las personas, por lo que es posible cometer errores y aprender de ellos. Esto hace que también sea compasivo con su equipo, al cual le muestra que el equivocarse es la oportunidad para mejorar y no volver a cometer ese fallo.
Se respeta y respeta a los demás con calidad humana, lo que le permite comprender los desafíos que viven los otros desde la compasión, sin juzgar; comprende y enseña aportando su experiencia y conocimientos con humildad. Tiene la capacidad de controlar la comunicación verbal y no verbal para evitar las controversias desgastantes e innecesarias, comunicando de forma clara lo que necesita para recibir como consecuencia una relación basada en la confianza.
Para alcanzar este nivel de bienestar, Susan Davis describe cuatro elementos fundamentales:
» 1. Libera tus emociones y deja de embotellarlas, es decir ignorarlas. No las va a cambiar, al no hacerles frente, sólo las empujas hacia adelante y tendrás que enfrentarlas en algún momento. Al respecto, Susan Davis dice: expande tus emociones. El primer paso es reconocerlas y ser conscientes, vivirlas en presente, usar tanto las positivas como las incómodas, ya que entre más las usemos seremos capaces de ser maestros en ellas, reconocer donde estás.
Para esto, ayuda mucho escribir cómo te sientes y entender qué debes hacer con eso que sientes; escribir para ti, ya que sólo tú tendrás acceso a esos pensamientos. Cuando estés en un desafío personal o profesional, escribe, redacta para ti, eso te ayudará a desahogar tu alma. Trata de categorizar tus emociones sin juzgarlas, sólo sintiéndolas y plasmándolas en papel.
» 2. Enfrenta el mundo tal y como es. Esto no significa dejar de lado el pensamiento positivo, más bien es comprender que aun en los peores desafíos somos capaces de aprender de ello y salir fortalecidos. Implica dejar de lado el “échale ganas” para pensar puntualmente qué debo hacer con esta situación para lograr superarla.
El mundo es como es, algunas cosas no las podemos controlar y no podemos ignorarlas. Tener demasiadas expectativas de otros o de nosotros mismos y no lograrlo puede ser altamente frustrante o un nuevo desafío a conseguir. La perspectiva ayuda ver el mundo como una oportunidad o como una calamidad. Revisa el camino trazado y ve cómo lo puedes lograr, hay cosas que seguramente puedes alcanzar.
» 3. Todas las emociones son pasajeras, no serán eternas. Esto significa que al vivirlas nuevamente podemos ser capaces de corregir cómo hemos actuado a lo largo de nuestra vida, pues tenemos libre albedrío para reconocer cómo las vamos a manejar en una siguiente ocasión. Es necesario aceptarlas y manejarlas, sabiendo cómo trabajar con ellas cuando las identificamos de forma plena. No todo se puede clasificar con estrés, piensa qué es lo que realmente estás sintiendo, una vez identificadas será más fácil trabajar con ellas.
» 4. Permite que tus colaboradores exterioricen sus emociones. Al comprender bien lo que sienten los colaboradores y ayudarlos a exteriorizarlo a través de preguntas poderosas, podemos prevenir problemas futuros que a veces se mantienen ocultos en el lenguaje. Ignorar las emociones en las empresas genera colaboradores que lastiman la cultura y contagian a otros. ¿Cómo vas a actuar ante esta situación? ¿Qué harás si se vuelve a presentar?, son preguntas que ayudan.
Para este punto te preguntarás, cuál es la diferencia fundamental entre inteligencia emocional y agilidad emocional. En el primer concepto se trata de comprender las emociones propias y las de otros; en el segundo, los valores son lo que rigen la actuación del individuo frente a esas emociones.
La inteligencia emocional dice que somos capaces de controlar las emociones cuando somos conscientes del “secuestro amigdalar”, es decir de lo que producen éstas en nuestra mente y cuerpo; la agilidad emocional, por su parte,dice que no dejemos de sentir las emociones, pero es mejor vivirlas y comprender cómo experimentarlas siendo compasivos con nosotros mismos, en otras palabras, “reaccionar de manera saludable a las emociones”.
Finalmente, las dos competencias son muy valiosas, porque cada uno de ellas aporta a los seres humanos.
Artículo extraído de: https://www.eleconomista.com.mx
Escrito por: Lyz Escalante
Enlace del artículo original: https://bit.ly/3EhGidn