Al principio venía la noticia anunciando la tendencia de la «renuncia silenciosa». Luego vino la reacción, y luego la reacción contra la reacción. 

Ahora, todos, hasta nuestras madres, tienen una opinión sobre «renunciar en silencio», sea lo que sea. ¿Deberíamos celebrarlo como la afirmación de una nueva generación que marca mejores límites entre el trabajo y la vida? ¿O deberíamos condenarlo como otro signo de los derechos de los centennials?