Este 28 de marzo, se publicó en el Diario Oficial de la Federación la NOM-017-STPS-2024, una norma que establece los requisitos para la selección, uso y manejo del equipo de protección personal (EPP) en los centros de trabajo.

Para muchos, esto puede parecer una noticia meramente técnica, una más entre cientos de reformas. Pero para quienes hemos visto de cerca las consecuencias de no protegerse adecuadamente, esta actuación tiene un peso profundamente humano.
Durante años como voluntario de la Cruz Roja, me tocó atender incontables emergencias laborales. Una de ellas se me quedó grabada. Fue un trabajador de herrería que, por necesidad -así lo dijo él mismo- decidió no usar su equipo de protección. El disco de corte se reventó y le amputó una oreja. Cuando lo estabilizamos, él, sereno en medio de su dolor, murmuró: «Fue mi responsabilidad. Tendré que asumir con dignidad la consecuencia». En su resignación, había una lección dura pero honesta. A veces, el riesgo no perdona, y la diferencia entre volver a casa entero o no hacerlo está en algo tan simple como colocarse bien el casco o los lentes.

Por eso esta nueva norma no debe leerse sólo como un conjunto de reglas. Debe verse como una guía ética. Se amplían las definiciones clave como «disposición final», recordándonos que un EPP dañado no sólo es inservible, también puede ser peligroso si no se maneja adecuadamente. Las obligaciones patronales se robustecen: ya no basta con entregar un equipo por cumplir. Ahora se exige que sea el adecuado, que esté certificado, que se considere el tipo de riesgo, la talla, la compatibilidad con otros dispositivos o condiciones personales, incluso si el trabajador vive con alguna discapacidad.

Además, se establece por primera vez de forma clara que los visitantes también deben ser protegidos. La seguridad no es selectiva ni temporal: es un derecho que no distingue entre quien está de paso y quien labora día a día.

La norma también detalla criterios técnicos más exigentes: actividades de alto riesgo como soldadura, trabajos en espacios confinados, manipulación de sustancias peligrosas o combate contra incendios requieren EPP especializado y conforme a estándares de calidad. El aire comprimido usado en equipos de respiración debe cumplir especificaciones precisas: niveles de oxígeno, dióxido y monóxido de carbono, ausencia de contaminantes. Ya no hay espacio para improvisar.

Esta revisión normativa llega en un momento clave. Luego de años marcados por contingencias sanitarias, nos queda claro que la salud en el trabajo no es un accesorio, es el centro de la productividad y del bienestar colectivo. Como sociedad, no podemos tolerar que alguien arriesgue su vida por falta de protección, por desconocimiento o por negligencia.

Y aunque esta responsabilidad recae principalmente en los empleadores, también interpela al trabajador. Porque la protección empieza por el compromiso personal. Por ese acto cotidiano de colocarse el equipo como quien se abraza a la vida.

Ojalá esta norma se convierta en algo más que un documento. Ojalá logre inspirar cultura, consciencia y transformación. Porque al final del día, detrás de cada EPP, hay una historia que aún puede escribirse con plenitud.

Artículo extraído de: https://www.debate.com.mx

Escrito por: Omar Mendoza

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Ilustración: macrovector Freepik